Estudios Bíblicos
 

¿Conoce usted realmente a Jesús?

- Dios quiere relación, no ritos religiosos.-

Dr. Johel LaFaurie

Serie: El Verdadero Evangelio  - Parte 3 / Febrero 7, 2009

  

         

Generalmente, la respuesta a esta pregunta tan simple es un “Sí” rotundo.  Sin embargo, hay muchas personas que piensan que conocen a Jesús cuando en realidad simplemente saben algo acerca de Jesús.  Estas personas quizás hayan ido a una escuela cristiana, asistido a la escuela dominical, o simplemente han sido bien instruidas acerca de Jesús por sus padres, pero no tienen una relación intima con  Jesús. 

     Esto es realmente peligroso, ya que se están engañando a ellos mismos y no se dan cuenta que su salvación no es segura ni verdadera sin un rendimiento total de sus vidas al Señorío de Jesucristo y sin una verdadera relación personal con Él.

“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan,  siendo abominables, y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.”
- Tito 1:16

     Cuando Dios creó a Adán y Eva los puso en el huerto del Edén con propósitos definidos de multiplicarse, guardar y administrar bien la tierra, pero sobre todas las cosas con el propósito de tener una relación íntima con la humanidad.  El eterno Dios Todopoderoso anhelaba darse a conocer al hombre y ser su provisión.  El amante Dios es la fuente de toda vida, sabiduría y conocimiento, y fuera de Él nada puede existir ni llegar a la plenitud, ni a la felicidad.  Mientras el hombre tuvo relación e intimidad con Dios mediante el obedecer de sus mandamientos y el acatar sus patrones de funcionamiento, tenía vida, y la muerte, las enfermedades y el dolor no existían.

     Sin embargo, el hombre decidió tomar su propio camino, hacer sus propios patrones de vida y decidió separarse de Dios.  Esto es lo que la Biblia llama PECADO, es decir, el querer el hombre hacer su voluntad, gobernarse a sí mismo. Ser auto-suficiente y no depender de su creador, sino por el contrario ser el hombre dios o igual que Dios, es la raíz y fuente de muerte. EL PECADO es separación total de Dios. Es no tener en cuenta a Dios. No hay relación

     Todos los problemas de guerra, enfermedades, pobreza, hambre, divorcio, aborto, delincuencia, abuso, etc., tienen una sola fuente y raíz: El hombre es su propio dios.  El hombre ha perdido su relación con su creador, y por ende a perdido la fuente de vida, paz, y sabiduría.

 “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios  verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”  Juan 17:3

     Por supuesto, que el hombre en toda esta decadencia de la humanidad no es el único responsable; Satanás o el Adversario quien fue el primero en rebelarse contra Dios y perder su relación con su Creador, también está detrás del escenario y situación del hombre.

     El hombre en su rebeldía, soberbia y necedad se ha apartado de Dios, y queriendo ser sabio se ha hecho necio  creando sus propios sistemas de gobierno, de familia, de finanzas, de educación, y de finanzas, produciendo resultados desbastadores, dolorosos y catastróficos. 

“Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” - Romanos. 1:28

     Toda persona que nace hoy día, nace con un espíritu muerto e insensible a las cosas de Dios, y su alma es entrenada durante muchos años por las instituciones del hombre mismo, a andar en un camino opuesto al de Dios, lo cual le trae esclavitud, tristeza e infelicidad. 

     El hombre se hace esclavo de sus placeres y deseos de la carne, esclavo de la vanidad de los ojos y  la vanidad de la vida, y al hombre rechazar los patrones y caminos de Dios, de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como así mismo, produce en él una constante búsqueda de satisfacción personal pero continuo resultado de ansiedad y frustración.

 “Por cuantos todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”
                                                                                -  Romanos 3:23

Entendemos pues que El Pecado del hombre es rechazar a su Creador, su Vida, y su Gobierno. Solamente bajo el gobierno de Dios y sus mandamientos de vida el hombre es feliz, una felicidad que el mundo y sus riquezas y títulos no pueden producir ni dar. Además, así como el fruto del manzano son las manzanas y el fruto del naranjo son las naranjas, el fruto del Pecado [separación] del hombre son los pecados: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, concupiscencias, y disipación (Gálatas 5:19-21, I Pedro 4:1-3). 

     La Palabra de Dios analiza el problema del hombre desde dos áreas aplicativas: La fuente o el corazón del hombre cuyas intenciones y motivaciones son malas, egoístas y rebeldes, y el fruto o las acciones del hombre  que son de continuo contrarias a la voluntad de Dios.  Dios juzga tanto la fuente como el fruto, tanto el corazón como sus acciones, tanto las motivaciones y actitudes como los hechos. 

     Si fuésemos a tratar una enfermedad seria no tan solo atacaríamos sus efectos sino también su causa, de la misma manera si fuésemos a tratar las palabras obscenas, rudas y crueles de un hombre, tendríamos que ir a la fuente: un corazón sin amor, sin compasión y lleno de amargura. Si un agricultor tiene un árbol que solo produce frutos amargos y de apariencia sin atractivo, y además sus hojas producen gusanos y peste, para evitar que todo su cultivo se dañe tiene que cortar no tan solo el fruto sino también el árbol mismo.

“Haced pues frutos dignos de arrepentimiento... y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado  en el fuego.” -  Mateo 3: 8, 10

     Según el estándar de Dios, no tan solo las acciones del hombre son malas e injustas, sino también su corazón, ya que esta separado de Dios. Además hay que entender que el problema del Pecado [separación] del hombre es a tal grado que el hombre mismo no puede remediarse ni librarse; el hombre es tan esclavo del poder del pecado y sus efectos que jamás, y por ningún medio propio puede ser libre.  El hombre aunque tiene alimentos, fuerzas y recursos, está muerto a la vida espiritual de Dios y condenado a estar eternamente sin Dios.

     También hay que comprender que así como una persona que tiene un tumor fatal y maligno pero desconoce su estado de salud, y aun se siente saludable y fuerte y practica varios deportes, y debido a los síntomas saludables pero engañosos hace planes de largo plazo hasta que llega el día inesperado y fatal de una irremediable muerte, así también una persona que sea moralmente aprobada por la sociedad, y aunque sea religiosa y aun hable de Dios y use la Biblia, aunque atienda bien su casa, aunque tenga buenos estudios, títulos y negocios, y no tenga vicios, esta persona si no tiene el gobierno, vida y consejo de Dios en su corazón, su corazón es esclavo del Pecado, y aunque esta persona esta engañada (porque el poder del pecado es engañoso) por sus “buenas obras y buena vida”, también le llegara el día inesperado y fatal de recibir la condenación y juicio del pecado: separación total y eterna de Dios.

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis lleno de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.”
                                                                                  -   Mateo 23:25-27

     Dios mide nuestras acciones y comportamiento, nuestro corazón y motivaciones con una medida perfecta: Su propia  justicia, Su propio corazón, Su propia Palabra. Por lo tanto, todo corazón de hombre no sólo es hallado falto sino que también nuestras obras justas son halladas insuficientes.

 “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento. Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades.”                                                                        - Isaías 64:6-7

     Vemos, pues, que la situación del hombre es grave e irremediable por sus propias fuerzas; no tan solo somos esclavos del poder del pecado sino que también estamos separados de la presencia, comunión y vida de Dios.

La Biblia afirma que la paga o salario del pecado es muerte. La palabra muerte significa: separación de la vida;  es decir,  separación de Dios. También afirma la Biblia que estamos destituidos de la Gloria de Dios. La palabra destituir significa: quitar a uno su cargo o posición; es decir, hemos perdido esa relación con Dios. Perdimos la capacidad de gozar la Gloria de Dios. Si el pecado es ser destituido de la Gloria de Dios, la salvación debería ser instituido a esa Gloria. La salvación que no trae Gloria a Dios no es salvación.

     Pero el eterno Dios de amor y misericordia proveyó solución para nosotros; Él envío a Su Hijo Jesucristo para vivir una vida justa, perfecta y sin pecado alguno, y a morir por nuestros pecados. Hoy día toda persona que cree en Jesucristo y lo confiesa como su Salvador y Señor de su vida, recibe del Padre perdón de pecados, libertad del poder del pecado, una nueva vida, un nuevo corazón, una nueva identidad; y pasa del reino de las tinieblas al Reino de la luz. ¡Gloria a Dios!

“Porque de tal manera amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en el cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.  El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.  Y esta es la condenación: que la Luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquél que hace lo malo, aborrece la Luz y no viene a la Luz, para que sus obras no sean reprendidas.  Mas el que practica la verdad viene a la Luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.”                Juan 3:16:21

“Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.  Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”        - Tito 3: 3-5

   Tanto Juan el Bautista como Jesucristo vinieron predicando el Reino de los cielos, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 3:2; 4:17. Ellos ofrecieron un reino de justicia, paz y gozo. Pero la condición radical para entrar en ese reino es el Arrepentimiento, o cambio total de corazón y de dirección de vida. Es decir, morir a la vida de los placeres temporales que son egoísta, morir a la mentalidad del mundo que es antagónica a los principios de Dios, y morir al poder del pecado para ya no servirle mas, y comenzar por el Espíritu de Dios a vivir la vida de Dios y recibir sus normas de obediencia.

     Así que toda persona tiene la opción de escoger entre continuar viviendo en el reino del pecado y las tinieblas o comenzar a vivir en el Reino de los cielos.

LA VIDA DEL REINO

Jesús dijo a Nicodemo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, y “El que no naciere de agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3,5).

     Estos versículos asocian la vida de Dios a la vida eterna.  Indican que uno debe entrar en la vida del reino para entrar en el reino de Dios; hay que nacer de nuevo.  La palabra de Dios ofrece una vida más elevada que la vida física que disfrutan todos los hombres. Esta es la vida del reino de Dios.  La vida que Cristo vino a darnos es la vida del Reino de Dios. 

¿En qué consiste esta bendición? 

- Primero, la vida eterna significa el conocimiento de Dios.

“Y esta es la vida eterna que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan. 17:3).  La idea bíblica del conocimiento no consiste sencillamente en la comprensión de los hechos mediante la mente.  Ese es un concepto griego.  El conocimiento en la Biblia es algo más que una comprensión intelectual, más bien significa experiencia.  Es un conocimiento que significa una relación personal o compañerismo.  Yo “conozco” a mi amigo Juan.  Esto no quiere decir que he leído una semblanza acerca de él en el diccionario de personajes titulado Quien es quien  y que puedo decir de memoria algunos hechos como el lugar donde nació, su edad, su esposa, sus hijos, profesión, etc.  Puede que sepa recitar todos estos hechos y todavía no conocerle en verdad.  Conocer a una persona quiere decir que hemos gozado de su compañerismo, que nos hemos relacionado.   Asimismo, la amistad con Dios, una relación personal con Dios, el compañerismo con Dios, esta es la vida eterna. La Vida Eterna es Relación.

     En Apocalipsis 22:3-4 encontramos: “Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le adorarán y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes”.  En el siglo venidero, la vida de ese glorioso reino significa la perfección de nuestro compañerismo con Dios y de nuestro conocimiento de Dios.  Lo veremos a Él cara a cara.  La vida eterna entonces significa que ya hemos sido llevados a una relación personal con Dios aquí y ahora.  Dios se ha convertido en Dios nuestro y que hemos venido a ser su pueblo y que hemos comenzado a participar en su vida, tal como profetizó Jeremías “Pero esté es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” Jeremías. 31: 33. La Vida Eterna no es un lugar sino una Persona. No es el cielo sino Jesús. No tenemos que esperar ir al cielo para gozar la Vida Eterna; ya tenemos vida de Dios por Su Espíritu en nosotros.

- El segundo sentido de la vida eterna es la vida del Espíritu de Dios habitando en nosotros.

    “El que no naciere de nuevo... El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede ver...no puede entrar en el reino de Dios”  La vida eterna es la obra del Espíritu de Dios en nuestros corazones. En Efesios 1:13,14 Pablo dice: “En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida”  

   ¿Cual es esta herencia? Es la plenitud de vida, la redención total de nuestro ser, la transformación de nuestra vida mortal en la plenitud del poder, la fuerza y la gloria de un vida espiritual y eterna. Nuestra gran herencia es la Vida resucitada de Jesús. 

   ¿Qué son unas arras? No usamos esta palabra frecuentemente en la conversación de todos los días, pero unas arras son un primer pago o cuota inicial que garantiza la efectividad de un negocioUnas arras son una posesión parcial, pero verdadera posesión. 

     Si uno decide comprar una casa, el dinero en efectivo que se da como cuota inicial que me da derecho a vivir la casa, se llama “dinero en arras”. De la misma manera, la posesión actual del Espíritu Santo es un primer pago.  Es más que una promesa.  Es mucho más que una garantía.  Es una posesión actual que garantiza la plena posesión futura de la vida eterna y que se puede disfrutar ahora.  Esta es la vida en el Espíritu, la vida eterna del reino de Dios en su plenitud futura, pero que la gozamos desde ya. El Espíritu mismo nos da testimonio de que somos hijos de Dios;  Él nos guía a toda verdad; Él nos consuela; Él nos revela la vida de Cristo y nos da Su carácter, virtud, y verdad.

   ¿Cuales son las primicias? Permítaseme ilustrar las primicias mediante la analogía de árboles frutales: Cuando el invierno se acaba, los árboles comienzan a brotar y dan evidencia de que están vivos.  Pero los brotes no son las primicias, sino promesas, ya que si no hubieran brotes ciertamente no habrían frutos; pero hay árboles cargados de brotes que jamás producen frutos. 

     Tras los brotes salen las hojas, pero no hay fruto todavía.  Pronto tras las hojas aparece la pequeña fruta verde.  ¿Son estas las primicias? No. Muchas veces los árboles están cargados de frutas verdes y duras que con la lluvia y el viento las tumban, así se tiene de frutas verdes en el suelo pero no se tiene cosecha.  Esto no es una primicia. Las primicias se producen cuando la fruta ha comenzado a madurar, cuando uno observa los árboles que por fin aparece el primer fruto maduro.  Usted ha estado esperando esa ocasión y recoge ese delicioso fruto, el primero de la temporada el único que esta en el árbol en condiciones de comerse, todos los restantes están un poco verdes, también duros de comer, pero hay uno maduro que usted muerde y le da gusto al paladar. 

     Esa es la primicia. No es la cosecha sino el comienzo de la cosecha. Es más que una promesa; es una experiencia. Es una realidad. Es una posesión. Dios nos ha dado su Espíritu como primicia de la vida que viene con la resurrección. Cuando Cristo venga recibiremos la cosecha, la plenitud de la vida del Espíritu de Dios. Pero Dios ya nos ha dado su Espíritu como primicia, un goce anticipado, una experiencia inicial de la futura vida celestial.  ¿Haz llegado a comprender que la misma vida del cielo habita dentro de ti aquí y ahora?  Nuestro evangelio es un evangelio de gloriosa promesa y esperanza.  Sí, lo mejor, lo más glorioso está aún en el futuro. Y sin embargo no hemos de vivir solo para el futuro.  El futuro ya ha comenzado. El reino de Dios ha llegado hasta aquí.  La vida eterna que corresponde al mañana esta aquí hoy.  El compañerismo y relación que conocemos cuando le veamos a Él cara a cara ya es nuestro en parte, pero en forma real. 

 

LA DEMANDA DEL REINO

 

Permance la pregunta siguiente: ¿Cómo entra uno en esa experiencia? ¿Cómo entra esa relación?  ¿Qué demanda nos plantea el reino de Dios?  ¿Cómo recibe uno esta vida? ¿Cómo se obtiene la justicia del Reino de Dios? ¿Cómo se logra que el Espíritu de Dios habite dentro de nosotros para impartirnos la vida de la edad futura?

     La palabra de Dios viene a nosotros con una respuesta sencilla.  Ciertamente, su misma sencillez ofrece una profunda dificultad.  Es muy simple, sin embargo, penetra hasta lo más profundo de nuestro ser.  A los Romanos, Pablo escribió:  “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”  (Romanos 10:9). 

     Al carcelero de Filipos, Pablo le dijo: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”  (Hechos 16:31).  El cuarto Evangelio reitera constantemente el propósito del libro, diciendo:  “Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).

¿Es que al reino de los cielos se ha de entrar meramente por tomar en los labios el nombre de Jesús y hacer una confesión verbal?  ¿Ha de recibirse la bendición de la vida mediante la fe en la resurrección y en la deidad de Cristo? ¿Puede salvarme el credo?  ¿Puede la pronunciación de tres palabras “Jesús es el Señor,” otorgarme la vida?

¿Qué significa confesar a Jesús como Señor, creer en el Señor Jesús? La respuesta puede encontrarse en la demanda del reino de Dios.  El reino hace una demanda fundamental: Demanda una decisión. El mensaje de Jesús fue: “arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca.” La básica significación de “arrepentíos” es darse media vuelta, invertir el curso de vida, cambiar totalmente la dirección de las acciones, volverse y abrazar con decisión el reino de Dios. 

    La demanda básica del reino es una respuesta obvia del corazón, la cual requiere de la voluntad del hombre.  Los hombres han de recibirlo.  Deberán rendirse a Él.  El reino de Dios no nos pide encontrar en nosotros mismos la justicia que demanda; Dios nos dará la justicia de su reino.  El reino de Dios no nos pide crear la vida que demanda; Dios nos dará esa vida.  El reino de Dios no establece un modelo de vida y dice: “Cuando logres este patrón de justicia, puedes entrar en el reino.” El reino de Dios hace una exigencia: ¡Arrepiéntete! ¡Vuélvete! ¡Decídete! Recibe el reino y cuando lo recibas, recibirás su vida, recibirás sus bendiciones, recibirás el destino reservado a los que lo abracen.

   Jesús requirió de los hombres una decisión firme Esto se declara en Lucas 9:57:  “Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré a donde quiera que vayas.” He aquí un hombre que parecía realmente listo para hacer la decisión de seguir a Cristo.  Como respuesta Jesús le dijo: “Las zorras tienen guaridas y las aves de los cielos nidos; más el hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza” (versículo 58).  Jesús desafío la seriedad de esta decisión.  ¿Sabes tú lo que tu decisión implica? ¿Deseas convertirte en discípulo de uno que carece de hogar, que no tiene posición ni prestigio? ¿Lo has pensado bien? ¿Has tomado en consideración sus implicaciones?  

Jesús demandó una decisión firme, inteligente, no una decisión hecha a la ligera.
Jesús dijo: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos se hace violencia y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11:12).  Este acierto ha sido objeto de diversas interpretaciones, pero debemos seguir lo que entendió Lucas de él.  “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él”  (Lucas 16:16). 

     El reino de Dios demanda una respuesta tan radical que puede describirse en términos de fuerza y violencia.  ¿Cómo vamos a entender estas palabras? Nuestro Señor mismo ilustró esta demanda más de una vez.

  “Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, ojo, que teniendo dos ser echado en el infierno”  (Marcos 9:47; ver también los versículos 43-46).  Esto es ciertamente violencia: el sacarse uno un ojo, el cortarse uno una mano o un pie, para poder entrar en el reino de Dios.

     “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34)  Una espada es un instrumento de violencia.  Algunas veces la decisión para el reino será una espada que corta otras relaciones produciendo dolor y sufrimiento.  Ciertamente, “si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer... no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26).  Aborrecer: ésta es una palabra de violencia.

     “Esforzaos a entrar por la puerta angosta” (Lucas 13:24).  La palabra griega usada aquí es un vocablo fuerte del cual se deriva la palabra “agonizar” y que significa “poner tirantes todos los nervios.” Es una voz de uso común para describir los conflictos físicos en los juegos atléticos.  Aquí nuevamente se habla de violencia, de contrarrestar, de intenso esfuerzo. 

     Todo este lenguaje metafórico describe el carácter radical de la decisión demandada por el reino de Dios.  El hombre moderno es comúnmente muy despreocupado en materia de religión.  A menudo tomará medidas radicales para beneficio de su salud, éxito, poder, pero no le gusta sentirse profundamente conmovido acerca de lo que tenga que ver con su alma.  Dice Jesús que tal hombre no puede conocer la vida del reino.  Esto pide una respuesta, una decisión radical, una recepción entusiasta. 

     La decisión que demanda el reino de Dios también es una decisión “costosa”.  Un joven y rico dirigente vino a Jesús para preguntarle: “Maestro bueno, ¿Que bien haré para tener la vida eterna?”  (Mateo 19:6) Este joven estaba expresando el profundo deseo que todos los hombres sienten, el deseo de encontrar la vida, la vida eterna, en esferas de más allá de la existencia terrenal que está rodeada de pecado y de muerte.

     Después de asegurarse de su sinceridad, Jesús lo enfrentó con el asunto fundamental: la decisión “Ven sígueme” (versículo 21).  Ahí está el asunto.  ¡Vuélvete! abandona tu vida antigua.  Recibe el reino. ¡Sígueme!  En este caso esta decisión no era asunto sencillo o fácil, porque implicaba un costo elevado.  Jesús dijo algo a este joven que jamás recordaba haber dicho a otra persona.  Miró en el corazón y vio lo que le estaba impidiendo hacer la decisión.  El joven era rico; y Jesús percibía que estaba ligado a su riqueza.  Por eso le dijo Jesús:  “Tu decisión por el reino de Dios tiene que ser absoluta.  Tus riquezas se interponen en tu camino.  Por tanto, ve y vende todo lo que tienes y entonces estarás libre para seguirme.”

   Debe quedar claro que la liquidación de las riquezas en sí no convertían al joven en discípulo de Jesús.  El discipulado, la decisión estaba comprendida en la orden, “sígueme”.  Este hombre pudo hacerse pobre y quedar fuera del reino de Dios de no haber seguido a Jesús.  El disponer de sus riquezas no era en sí parte del discipulado; pero en este caso era el preludio necesario para el discipulado.  Jesús ordenó remover la barrera. Cualquier cosa, sea riqueza, una carrera o la familia, que se interponga en el camino de la salvación o de la decisión debe retirarse antes de clamar por el reino de Dios.

   Jesús no estableció una orden universal de pobreza a los hombres.  Su preocupación contra la acumulación de riqueza, expresada en el Sermón del Monte (Mateo 6;19), no es para hacer que todos los hombre sean pobres, sino para librarlos de la falsa seguridad que dan las riquezas.  Los hombres creen que mediante la acumulación de riqueza estarán libres de ansiedades.  Jesús dijo que ellas solamente agregan otras ansiedades que están incluidas en el temor de perder las riquezas.  La pobreza en sí no es una virtud.  La demanda de Jesús es por una RELACIÓN, y esa relación requiere una decisión, por la sumisión a Dios y a Su reino La riqueza es mala cuando se interpone en el camino de esa relación con Dios. Era obvio que aquel joven rico amaba sus riquezas. Y la Vida del Reino es amar a Dios sobre todo otro valor y como único valor. La Vida del Reino es que Dios solamente es mi delicia.

   Así que Jesús dijo: “Joven tienes una barrera de por medio.”  Amas tus riquezas y todas las comodidades y buenas cosas que te producen.  Están demandan tu afecto.  Ese afecto debe darle el paso a una lealtad más elevada, la lealtad al reino de Dios.

Esto sigue siendo verdadero.  La demanda del reino de Dios todavía es una decisión costosa.  Si la riqueza, la posición social, la influencia o la ambición personal tiene dominio de la lealtad de una persona de modo que su vida está dirigida al logro de fines personales, sean éstos materiales o sociales, en lugar de la gloria de Dios,  su vida debe adquirir un nuevo centro de orientación.  Todo otro interés deberá hacerse secundario y deberá someterse al dominio de Dios.  El asunto se relaciona por sí mismo fundamentalmente a la voluntad del hombre y a los objetivos que elija servir.

   La debida actitud de un discípulo de Jesús respecto a las bendiciones materiales está hermosamente ilustrado por el apóstol Pablo, quien dijo: “Liberado... de la potestad de las tinieblas y trasladado de Su amado Hijo (Colosenses 1:13).

     Pablo estaba viviendo para el reino de Dios, que no era “comida ni bebida, sino justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).  Debido a que Pablo había experimentado la vida del reino de Dios, había adquirido un nuevo concepto del lugar e importancia de las posesiones.  “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y se tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13).

Pablo había sido iniciado en el secreto del contentamiento, porque su felicidad y su seguridad no dependían de elementos externos.  Sí sufría necesidad, no creía que Dios le había abandonado.  Si experimentaba abundancia no se ataba tanto a esa abundancia de modo que su felicidad dependiera de ella.  Su seguridad estaba en el “que me fortalece”, en el Señor.

    Esta experiencia es esencial para cada persona que conozca las bendiciones del reino de Dios.  Para el joven rico, la vida no consistía de “justicia, paz y gozo”, no sabía nada del reino de Dios.  La vida consistía para él en “comida y bebida”, de cosas que sus riquezas podían comprar.  Su primer amor era su riqueza y todo lo que representaba ésta.  Con todo, no estaba satisfecho.  No conocía el contentamiento.  Esta hambre insatisfecha le trajo a Jesús con la pregunta acerca de la vida eterna.  De todos modos, cuando encaró la alternativa, hizo la elección errónea.  No deseaba liberarse de la dependencia de su riqueza y de sus recursos materiales. Ciertamente el poder del pecado es engañoso.

¡Cuidado con Tropezar!
El Apóstol Pablo nos dice que Israel tropezó en la Ley de Dios.  Leamos:

“¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo.”                                                        – Romanos 9:30-32

 

     Israel iba tras la Ley de Justicia, pero tropezó. Ir tras la Ley de Dios es algo admirable, pero ¿por qué tropezaron? ¿Qué salio mal? Ellos trataron de hacer lo correcto pero se equivocaron. Ellos no alcanzaron la justicia. Quedaron muy cortos. Cómo en el caso del joven rico que había obedecido los mandamientos desde muy niño, pero no alcanzó la justicia. Se quedo muy corto.

     Ellos buscaron los mandamientos de Dios y ganarse la aprobación de Dios por las obras de la Ley, y no por la Fe. Tratar de obedecer la Ley de Dios no requiere relación con Dios sino esfuerzo humano, pero obtener la Justicia de Dios requiere Fe. Y el elemento indispensable de la Fe es la RELACIÓN. No hay Fe sin relación.

     Israel en lugar de buscar la Ley por la Fe, por la Relación con Dios, lo hicieron tratando de obedecer reglas y regulaciones. Y allí descansó el error: No había relación. Tal como acusó Isaías: “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado.” (Isaías 29:13). Por lo tanto la justicia estaba lejos de ellos, “Oídme, duros de corazón, que estáis lejos de la justicia” (Isaías 46:12).

     Sólo por la Fe somos aceptables delante de Dios. Cuando creemos en Su Amado Hijo Jesucristo, y en Su obra perfecta en la cruz, donde Él tomó todos mis pecados y maldiciones, y todo mi estado de muerte y tiniebla, entonces el Padre me da Su Justicia. A esto se le llama la “Justicia de Dios en la fe de Su Hijo”.

Dios lo quiere de esa manera y no hay otra. Es sólo por la Fe en Su Hijo Jesucristo. ¿Por qué? Porque la Fe requiere relación, y Dios quiere relación con nosotros, no rutinas religiosas.

Allí está lo malo con Israel hasta hoy en día. Se volvió un sistema de rutinas, reglas, y regulaciones vacías y huecas. Más el corazón seguía endurecido, tanto que cuando el Hijo de Dios se reveló, tropezaron en Él.

Amado lector, ¿conoces a Jesús? ¿Tienes relación con Él? ¿Tienes Vida Eterna ahora mismo en tu corazón? Si, no estas seguro en tu corazón, y si el Espíritu Santo te esta indicando, puedes hacer la siguiente oración:

“Santo y Todopoderoso Dios alabado y santificado sea tu glorioso nombre. Te alabo por tus misericordias y por tu salvación. Te pido perdón por mi corazón duro y malo, y por todas mis obras malas contra ti, contra el cielo y contra tu verdad. Creo que Jesucristo es tu Hijo Amado, y creo que murió por mis pecados en la cruz. Te doy gracias por tu obra salvadora. Hoy me arrepiento y clamo a ti con todo mi corazón: ‘¡Abba Padre, sálvame, perdóname. Por Tu Hijo amado, lávame de mis pecados. Justifícame y regenérame!’ Y dame un corazón que anhele conocerte, amarte, honrarte, y obedecerte. Escribe tus Leyes en mi corazón y dame las Arras de la Santa Herencia, Tu glorioso Santo Espíritu. Enseñame a vivir según mi nueva relación contigo. Quiero crecer en mi relación con tu Hijo y con Tu Espíritu. Porque tuya es la salvación y la gloria, por siempre. Amen y amen.”

 

 

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